Fragmento texto: “Las comedias de la burguesía y las tragedias de su historia”. En libro "Eugenia Calvo". Siete Trece
Autor: Santiago García Navarro
Lugar y fecha: Buenos Aires, 2014
“(…) Con un tono que, según la ocasión, puede ser sigiloso,
robótico, desvaído o virulento, su presencia sensible transmite de manera
concreta casi dos siglos de repetición de ciertos patrones de comportamiento.
Se ve en la forma en que los muebles se trasladan dentro de la casa, como
movidos por las fases rítmicas de una lenta respiración; la forma en que se
cuelan en la normalidad del hogar y la corroen durante años sin que se nadie se
dé cuenta, hasta que ya es demasiado tarde; la forma en que son destruidos o
maltratados de golpe, sin explicación y sin excusa, como si ninguna historia
precediera los atentados, como si fueran simples actos de salvajismo y de
injusticia. Ese personaje, o más bien, esos personajes, son una entidad
abstracta que invade el corazón arrebujado del hogar, disfrazada de animal, de
carnicero o de fantasma.
12. Entonces, por un lado, cuando Eugenia trabaja sobre el
imaginario burgués, está preguntándose de qué manera existe hoy, y por qué, y
cuáles son sus efectos. Porque pese a su aroma alcanforado, ese imaginario
existe por lo menos como memoria vívida entre las generaciones nacidas antes de
1950. Y es probablemente desde ellas y por medio de ellas que repercute entre
las más jóvenes, incluso en los que hoy todavía son chicos.
Por más que, en términos estrictos, la casa burguesa ya no
exista: entró en paulatina descomposición después de las revoluciones
culturales de los años sesenta –a cuyo epicentro volvió la barricada para darle
el golpe de muerte- y terminaron devorándola la aceleración y la
horizontalización de los consumos contemporáneos. Pero persevera en el
imaginario, que sí puede viajar de generación en generación, si tiene la fuerza
suficiente.
Y tanto el discurso común de la clase media conservadora
como la política que la toma de base electoral, intentan reconstruirlo como
alteridad positiva de un presente al que perciben en ruinas, y de un futuro
que, cuando consiguen engañarse a sí mismos, imaginan con la ingenuidad de una
utopía apolítica, y cuando en la intimidad se sinceran, sólo se lo pueden
figurar dentro de un horizonte apocalíptico. En cualquiera de los tres casos,
el sueño-pesadilla de la casa burguesa mantiene la subjetividad cautiva en la
nostalgia de lo irremediablemente perdido. Y, para el inconsciente de la clase
media, eso se presenta como nihilismo frente a lo que vendrá y sustento de un
plan conservador en construcción.
El modo impávido, desafectado, neutro o impersonal que la
obra de Eugenia tiene de destruir, desmantelar y corroer cumple, en cierta
forma, con la función de señalar no sólo la violencia inherente al modelo, sino
también su caducidad. La impersonalidad puede ser, en este caso, espejo de una
presencia que ya no está. De las acciones que realiza el personaje, algunas me
parecen más específicas para este fin: cortar, romper, aplastar, tirar.
En última instancia, al no comprometer afectos individuales
en el ataque, es como si el personaje demostrara que nadie destruye nada, sino
que la destrucción se hace sola. Y que, en consecuencia, todo intento de revertirla
constituye delito de oposición a lo más estructural que existe en los flujos
que hoy hacen y deshacen lo real.
13. Por otro lado, la obra de Eugenia trabaja con la
historia, redefiniendo en su intimidad los términos del combate entre mundo
burgués y barricada. Porque ya no es la barricada la que se revuelve contra el
burgués, sino el propio mobiliario del burgués el que se transforma en
barricada.
En los guiones mínimos que Eugenia escribe para sus escenas
de insurrección, gana el primer plano lo que había estaba marginado dentro de
la casa. Pero no las perversiones o la criminalidad que, junto con el acto
reivindicativo, podrían haberse manifestado en el momento de la irrupción. Todo
el protagonismo es de la pura fuerza liberadora y su potencial capacidad de
reorganizar lo común.
Convertida en personaje, la barricada entonces ya no pone en
cuestión solamente las leyes de la casa. Ella, por más que actúe dentro, no es
doméstica. Viene del exterior, del infinito de la calle, y, sí, es
potencialmente criminal. Cuando, después de cortarlos, coloca los pedazos de un
mueble sobre una tabla o una mesa como si los exhibiera, está desmembrando el
viejo orden, exponiendo el cadáver y, por si fuera poco, haciendo con los
restos una nueva figura. Aparentemente así inaugura un orden nuevo, pero el
reordenamiento es irónico. La acción es real, pero su efecto es una comedia.
Aprovechando la base material de los muebles para erigirse,
la barricada pone en contigüidad incluso física las energías de la casa, del
edificio y de la ciudad. Es por esto que toda la serie de obras de Eugenia en
las que la barricada cumple algún papel enlazan directamente con la historia
política.
14. ¿Dónde encontrar el remedio contra el demonio del
conservadurismo sino en el tabernáculo de su propio templo? Benjamin hubiera
dicho que aquí también, pero de un modo distinto al de los objetos
surrealistas, fueron liberadas las fuerzas de lo anticuado[1]. Los objetos en
rebeldía perpetúan el ataque contra su propio templo, sin esperar que nada específico
nazca de las ruinas. Es la historia en pequeña escala del caballo de Troya y de
la destrucción de la Armada Invencible: una victoria tan inesperada y tan
absurda que nos obliga a pensarlo todo otra vez.
¿O esos objetos no estaban ya cansados de participar en
rituales vaciados de sentido? En la destrucción del tabernáculo, es como si los
objetos de Eugenia estuvieran diciendo que el pasado perdido es un pasado que
se puede volver a actuar, pero también, que sólo puede haber futuro si ese
pasado se actúa de otra forma.
Al rebelarse, los objetos declaran, a su vez, que en el
imaginario construido sobre ese pasado supuestamente mejor todo es, punto por
punto, falso. Pura condensación y transposición de los temores a las nuevas
formas del caos, a un tejido social urbano donde todo se percibe como
potencialmente criminal.
15. La imagen podría desdoblarse, y así, cuando la obra de
Eugenia instaura barricadas dentro de la casa, además de muebles insolentados
contra el propietario, podría estar mostrando el laberinto de trampas que el
burgués inconscientemente pone en su propio jardín o en su propio comedor, por
algún motivo que el psicoanálisis, más temprano o más tarde, deberá elucidar.
Desde la simplicidad de la situación inicial que cada obra de Eugenia plantea,
las imágenes se aceleran y multiplican: lo directo inmediatamente se vuelve
indirecto, lo evidente se empaña en un instante y la vigilia entra en un sueño
súbito.
16. Entonces, de esos desdoblamientos, los de la memoria
juegan los juegos más sinuosos. Los placeres y angustias de la vida burguesa,
impregnados como quedan en la sustancia del propio cuerpo, describen un cuadro
en el que la ambigüedad sólo se intensifica. Las dichas de lo familiar,
rebosantes de tranquilidad y de equilibrio, se entrecruzan con los tortuosos
delirios de la represión, y del choque surgen constantes bifurcaciones que el
presente apenas puede contener.
El personaje de estas obras de la memoria y de la creación
empuja, olfatea, acaricia, penetra las materialidades de la casa como una forma
de explorar el mundo, a la vez consciente y onírico. La sensorialidad infantil,
sin bordes entre lo imaginado, lo ficcionalizado y lo real, guía todas las
excursiones, abre sin cesar el campo de la experiencia y de la percepción. Pero
al mismo tiempo, la lógica redistribuye los materiales de la memoria, haciendo
que la felicidad del juego perpetuo no pueda sentirse sin la angustia que la
ley le impone.
Las escenas de la vida caballeresca empequeñecidas en los
platos de porcelana (otro elemento para el repertorio de Flaubert) se
convierten en una pesadilla invertida, donde lo real espanta al sueño. Porque,
tal como esta inversión es enunciada, lo real es ocupado por el punto de vista
de la ensoñación kitsch. La pesadilla real (o hiperreal, si se contrastan la
visualidad roma de la porcelana con la nitidez del acabado del puré de papas)
devora el sueño kitsch del castillo sobre el río (y el de la hija del molinero,
etc.), como una especie de castigo o de venganza: porque el kitsch vive pervirtiendo
lo que percibe, evitando por todos los medios lo que ahora se le ha presentado
sin contemplaciones: la tempestad en el plato de la cozyness.
Y pensar que esta escena horrorosa puede producirse o se
produce en cualquier hogar de clase media, sin que nadie se inmute. Desde el
punto de vista del cotidiano, y una vez hecha la conversión del micro al macro,
lo que uno observa es la escena de la familia reunida a la mesa. Por el
movimiento de los cubiertos, el pollo se desliza un poco más a la derecha o un
poco más a la izquierda del plato, pero el castillo sigue inmutable a la vera
del río. El castillo es el invisible sello de garantía de la infraestructura
espiritual burguesa. Mientras se almuerza o se cena, operan inconscientemente
las fuerzas del orden, aun si la familia entra en crisis terminal.
Pero no se le puede otorgar toda la autoridad al relato
denunciador, a la observación crítica. Es necesario entender también que,
gracias a que el universo de ficción contenido en los platos de porcelana se
superpone con la incidencia ficcional de los pedazos de pollo sobre esos mismos
platos, la memoria puede salir a encontrarse con el sueño, y crear con él no
sólo el mundo que la obra nos presenta, sino todos los que la efervescencia de
la vulgaridad burguesa, incitados por el ataque de un repertorio culinario
casero, abre a su vez para que podamos explorarlos.
17. Esto, tal vez, es lo que me hizo pensar que la tabaquera
del Carnavalet podía tener algo en común con la obra de Eugenia. Porque si bien
la fuerza revolucionaria está obligada a perder una gran parte de sí para poder
entrar en el corazoncito de un suvenir, nada impide que el suvenir pueda
convertirse en amuleto del próximo revolucionario. Y si un pollo con puré puede
devastar grandes extensiones dentro de los dominios interminables del kitsch, no
por ello la fuerza ficcional del kitsch dejará de servirnos de entrada a mundos
no menos interminables, que incluso puedan coincidir con él. Porque al crear y
destruir en el mismo acto, la memoria abre las fuerzas del objeto y las arroja
fuera de él.
París, 4 de diciembre de 2013.”
[1]
Todo lo que sigue conversa directa o indirectamente con La obra de los pasajes y Onirokitsch,
de W. Benjamin.